Recuperó su viejo atractivo y tiene seguridad las 24 horas
El Calvario es otro encanto rescatado de la Caracas de las “rojas techumbres”
ara cambiar de ambiente, viajar al pasado, “sacarse los nervios” y deleitarse en la Caracas bucólica
Diversas crónicas de Caracas se refieren a R.T.C. Middleton, exministro de Gran Bretaña en Venezuela que vivió en nuestro país hasta comienzos del siglo XX, como uno de los enamorados de la capital venezolana. En ellas se relata que todos los días Middleton subía hacia El Calvario y desde allí, parado al lado de la estatua de Colón, contemplaba extasiado la ciudad. Para este hombre no había otro lugar más precioso en el mundo que esta urbe de eterna primavera, a la que llegó a amar con fidelidad al extremo de que, retirado de su cargo diplomático, decidió no regresar a Europa y quedarse aquí para siempre.
Dos cronistas de Caracas, Enrique Bernardo Núñez y Juan Ernesto Montenegro, evocan al personaje en sus escritos como si lo miraran conmovidos subiendo las escalinatas con su sombrilla.
Núñez, en su libro “La ciudad de los techos rojos” (Las estatuas del Calvario) evoca al caballero inglés con cierta ternura:
“Al pie de la estatua de Colón podía verse a R.T.C. Middleton, exministro de Gran Bretaña, protegido por su quitasol blanco y verde. Cada mañana salía de sus habitaciones en el Hotel Saint Amand y se dirigía a la colina. Un día se la dieron para que la cuidase como suya. En los primeros días de 1900 fue nombrado, junto con Jerónimo Rivas y Casiano Santana, para formar la junta de fomento del Calvario. En medio de las rojas techumbres descollaban la torre de Catedral, coronada por la estatua de la Fe; la cúpula del Capitolio; las torres de la Academia y de la Santa Capilla. Y en medio de las verdes campiñas, el torreón de los trapiches. Ya Middleton conocía el color de los días, el contraste del paisaje entre la época del verano y la estación de las lluvias. El victoriano personaje pudo ver cómo se levantaban, al norte, con su fondo de Ávila, los muros de Miraflores. En el sitio denominado La Trilla comenzó Crespo la edificación durante su primer gobierno, bajo la dirección de Orsi de Montbello”.
Montenegro, en “Crónicas de Santiago de León”, aporta más detalles sobre la caminata diaria del inglés hacia la colina y sobre los motivos que lo ataron a la ciudad:
“Era este, precisamente, el sitio desde el cual” -se refiere a El Calvario y a la estatua de Colón- “otro enamorado de esta tierra, R.T.C. Middleton, ministro de su Majestad británica en Venezuela, tendía su mirada soñadora sobre la ciudad, el valle y la montaña. Ya viejo y retirado, no quiso volver a tierra nativa. Como explicó al escritor norteamericano William Elroy Curtis, nada en el mundo le haría abandonar Caracas: “He estado aquí desde 1869. He vivido en este país en guerra y paz; he asistido a dos terremotos, en el último de los cuales fallecieron trescientas personas. Pero no hay lugar en la Tierra que posea tantas atracciones naturales y climáticas. Todo lo que pido es terminar mis días en esta eterna primavera”. Diariamente desde su hotel situado muy cerca de la ceiba de San Francisco, salía el señor Middleton provisto de una sombrilla, subía las escalinatas y se situaba junto a la estatua de Colón, con la que establecía silencioso coloquio, mientras su vista se perdía en las brumas del horizonte”.
El parque
La estatua de Colón fue sustituida por la del general Ezequiel Zamora y la ciudad ha cambiado, pero quienes desde allí la contemplan aseguran -coincidiendo un siglo después con el señor Middleton- que Caracas es una ciudad sin igual, a pesar del aporreo infringido por sus hijos, y en que no hay sitio tan delicioso como este parque construido en el siglo XIX por Guzmán Blanco y rescatado por la alcaldía del municipio Libertador, en manos del alcalde Jorge Rodríguez.
Las caraqueñas, caraqueños y visitantes suelen quedarse un ratito admirando la ciudad una vez que remontan los 90 escalones, cuyo ascenso permite ir asomándose paulatinamente por encima de los techos y azoteas. Otros permanecen arriba, al lado de la estatua, en amena charla.
De la vista que disfrutaba Middleton quedan, sin interferencias, el cerro Ávila, hoy Waraira Repano, y el Palacio de Miraflores. Ocultos por los edificios, total o parcialmente, permanecen La torre de la Catedral, la cúpula del Capitolio, las torres de la Academia, la Santa Capilla y otras edificaciones antañonas del casco central.
Entre el paisaje del conglomerado de la Caracas petrolera sobresalen las torres morochas de El Silencio y el alto edificio administrativo y de las comisiones de la Asamblea Nacional, en la esquina de Pajaritos. En el frente oeste, en los últimos pisos, pegaron un enorme retrato de la porción de los ojos de Hugo Rafael Chávez Frías. Desde allí la mirada del Comandante abarca toda la colina boscosa y se extiende hasta el Cuartel de la Montaña.
La pequeña historia del parque detalla que su construcción fue encargada por Antonio Guzmán Blanco a paisajistas franceses, quienes debían construir un paseo y un jardín botánico en la colina. Además, se levantó una capilla y se colocó una estatua de Guzmán, que después fue llamada popularmente “El Manganzón”. La misma fue derribada por una turba airada, luego de que el Mandatario cayera en desgracia en 1883.
En 1884 asumió Joaquín Crespo, quien ordenó su ampliación y se cambió el nombre de Paseo Guzmán Blanco por el de Paseo Independencia. La ampliación incluye la construcción de la capilla Nuestra Señora de Lourdes, de estilo gótico. Un año después se inauguró el Arco de la Federación, en conmemoración de la Guerra Federal. En 1898 se levanta el monumento a Cristóbal Colón y se incorporan las escalinatas.
En sus espacios las y los visitantes disponen de plazas, caminerías, fuentes y jardines que permiten disfrutar de un exquisito recorrido y de una placentera estadía sentados bajo los árboles, entre los viejos asientos decorados. De los alrededores llegan el murmullo del agua de las fuentes, el canto de los pájaros y uno que otro lejano ruido automotor (sonidos de sirenas, motos aceleradas, cornetas) proveniente de El Silencio.
En el parque están los bustos y estatuas de José Francisco Bermúdez, Teresa Carreño, Simón Rodríguez, Miguel de Cervantes y Agustín Codazzi. La estatua pedestre de Simón Bolívar, colocada en la parte más alta, fue donada por la colonia libanesa en 1911, con motivo del primer centenario de la Independencia.
Entre las áreas del arbolado parque se encuentra El Parnaso, provisto de jardín, una fuente, banco laterales y una magnífica vista de fondo de Caracas. Este acogedor parquecito es uno de los preferidos de novios, enamorados y pretendientes. Por allí dicen que el ambiente romántico, propiciado por el perfume de las flores y el murmullo del agua de la fuente, contribuye a vencer la resistencia de unos labios que se niegan a dar el sí…Al centro se halla el busto de Pedro Elías Gutiérrez, el autor de la música del Alma Llanera.
Sentados en un banco ubicado al costado de una de las tantas caminerías, tres hombres conversan animadamente.
Antonella Armas, una joven destacada por la alcaldía como supervisora de mantenimiento, asegura: “Este es un parque hermoso; es una bendición. Llegan muchos enamorados. Tú vienes a las tres de la tarde y no tienes dónde sentarte”.
Cándida Carrero, una mujer de 69 años nativa de Sanare, Lara, cuenta que visita El Calvario desde que tenía 14 años y que ya se siente caraqueña. Señala que le gusta el parque, sobre todo por su frescura y “porque se me van todos los nervios”.
Los sábados en la mañana el parque se llena de una variada concurrencia que ofrece una típica estampa campestre con niños jugando en los aparatos del parque infantil (otra obra de la Alcaldía) de la plaza La Estrella, estudiantes de dibujo y pintura plasmando el paisaje en el lienzo y grupos de jóvenes o colectivos que reciben charlas de algún profesor o facilitador. En el Gazebo, una de las joyas del parque y patrimonio caraqueño, un grupo de niñas y niños se ejercita en artes marciales guiados por una instructora.
Wl Gazebo, restaurado por expertos de la Universidad de Los Andes en convenio con Pdvsa La Estancia y el Municipio Libertador, es un pabellón hecho con madera africana de altísima calidad que fue traído de Bélgica en 1883; formaba parte del mobiliario urbano de la plaza San Jacinto, donde era utilizado para vender flores. A principios del siglo XX fue traslado a El Calvario. Durante las noches la estructura aumenta su belleza, iluminada con luces amarillas emitidas por reflectores.